En todo pueblo hay alguien que descolla, un impulso imperativo que desborda los límites de lo acostumbrado, que desajusta para luego reacomodar y hacerse su lugar en el mundo. En el pueblo de Humahuaca es la casa de Raúl Prchal, el anarquista, el hombre que fue a El Arca, comunidad agraria artesanal en Francia dirigida por Lanza del Vasto, discípulo de Gandhi, y regresó con el intento de formar una comunidad: la Huayra Huasi (casa del viento en quechua), proyecto varias veces fracasado cuya estructura sigue en pie y es el albergue de una cuenta siempre abierta de viajeros o extraviados que se hospedan o viven una temporada en sus muros de adobe.
Oscuridad total. Pisadas cansadas se arrastran en el piso. Una vela alimentada con bencina comienza a dibujar a contraluz una figura con sombrero en el arco de adobe al comienzo del corredor. Camina. La barba blanca se deja iluminar tenuemente por el resplandor naranja que el atardecer filtra desde la ventana del patio, al otro lado del corredor. Una nube espesa el pueblo.
– ¡Que lo parió! ¡No puedo entrar a mi pieza! Se llevaron la llave estos bolúuudos! – Media vuelta, los pasos se arrastran hacia la oscuridad.
Llegó a la puerta de reja en la pared, de la que cuelga en el interior una tela impermeable y una frazada cubriendo su contenido: la puerta de su cuarto. Desde la cocina se sigue quejando. En voz bien alta resalta que le tiene poca paciencia a los chicos y de la cocina a la puerta principal se desplazan un niño y su madre (la mujer del rastaman artesano) para no volver. Es domingo, llueve y acaba de llegar de la radio.
Llegué a la casa anarquista un domingo de lluvias, en al barrio Alto Independencia, atrás y a la izquierda del monumento a los libertadores. La casa es una esquina, su frente un fuerte de castillo medieval a escala para pueblo con ladrillos de adobe; la puerta principal es un óvalo de madera pintada de verde que le construyó un amigo, como es original no consigue cerradura y mantenerla cerrada le cuesta un pasador del lado de adentro. Arriba de la puerta cuelga el cráneo blanco de una vaca, en su frente lleva pintada la A anarquista en rojo y el signo de la paz en amarillo; a la derecha como un prendedor cuelga el escudo “Huayra Huasi Humahuaca”. Un par de golpes secos a la puerta y abre Javier: cabello largo recogido un poco debajo del cuello y remerón blanco; es del Chaco, hace “un mes y alguito” que está en la casa. Nos dice que podemos entrar y que para quedarnos debemos hablar con Raúl. Rompe la primer regla de la casa anarquista: “prohibido entrar sin previa autorización del comandante”.
En la casa hay reglas. Javier nos hace entrega de un cuaderno enfoliado, en èl: “las condiciones básicas que deben cumplir todos lo que deseen alojarse en el castillo de adobe”, una breve biografía del dueño y recortes de diarios que lo narran. Si rastreáramos la génesis de “anarquismo” el vocablo viene del griego: a = negativo; y arche = autoridad. Una definición general puntualiza: “Doctrina política y social según la cual el individuo no tiene que estar sometido a ninguna autoridad gubernamental. Por el convencimiento general de que es imposible llevarla a la práctica se utiliza el término para designar el desorden por falta de dirección.” La doctrina aboga por la libertad, se desarrolló especialmente en Europa durante el siglo XIX, comparten con los comunistas la premisa de la aniquilación de la propiedad privada y sus exponentes se dividen entre: individualistas y los que consideran que se puede vivir en comunidad (los primeros sostienen que la comunidad implica la pérdida de la libertad); los revolucionarios que promueven derrotar por la fuerza a la fuerza opresora y los educacionistas para los cuales la transformación social es mediante la educación y la propaganda; los partidarios de la no violencia y los que admiten una violencia lícita (dentro de éste último grupo hay divergencias sobre el alcance de ésta violencia).El castillo de adobe es una casa abierta donde se puede dormir en la mayoría de sus espacios, utilizar los servicios sanitarios, comer de la olla común, servirse del agua corriente y del fuego de la parrilla de la cocina siempre prendida; pero su autodenominado comandante Prchal solicita, entre otros ítems, no hacer ruido pasadas las diez de la noche, acampar después del horno de barro del patio y cartones o plásticos para alimentar el fogón a quien desee su utilización. – Raúl, ¿por qué las reglas? – Bah! Porque no sabes lo que es vivir en una casa abierta.
Es domingo, llueve y acaba de llegar de la radio. Tiene el rostro chupado, tez morena de sol y una mirada imponente. Alarga el pelo hasta los hombros, lacio y encanado como sus cejas y su barba de veinte centímetros, y lleva, dentro de su casa, fuera, llueva o haya sol o sea el protagonista del film “La muerte del sol”, sombrero e idéntica vestimenta: un polar tomate, una campera verde oscuro ajustada por arriba con un cinturón de cuero donde ata un cuchillo enfundado, un par de pantalones marrones arriba de los tobillos, dos piernas hinchadas (la izquierda mayormente) y sandalias de cuero gastadas. Raúl nació en 1942 en Munro, Buenos Aires, a los dieciséis años (edad que considera el comienzo de su vida adulta) empezó un derrotero de tomas y abandonos: una exploración personal. Dejó la secundaria y fue vendedor ambulante hasta que el “lastimoso estado de (su) ropa” le obligó a aceptar una recomendación de su padre para trabajar en una fábrica metalúrgica, al año y medio supo que no quería jubilarse de metalúrgico, quería vivir en el campo. “Por mi formación burguesa la única forma que vislumbraba era ser Ingeniero Agrónomo”, apenas cursó una semana y se cambió a Filosofía y Letras donde conoció a Graciela con quien se casó antes de terminar el curso de ingreso y vivió veintiún años (dos hijas en el futuro). Graciela fue la primera que le habló de Lanza del Vasto. Asistieron a una reunión de los Amigos del Arca, como no quisieron esperar para el proyecto de comunidad se fueron a vivir a una misión Salesiana entre los Mapuches a Junín de los Andes. A su regreso conocen a Shantidàs, discípulo de Gandhi, y se mudaron nuevamente, ahora a la comunidad en Córdoba que éste llevaba adelante. Allí Shantidàs le otorga el apodo de Guanaco por indomesticable. Pasaron algunos años en los que la convivencia se fue deteriorando y la pareja decidió irse a Jujuy en espera de que los envíen a Francia a la comunidad de Lanza de Vasto. Luego de algunos percances se van a Francia con la esperanza de volver a refundar la comunidad en Argentina. Allí pasaron dos años para consagrarse al grado de “compañeros”, pero, nuevamente, desencajaban. Tenían serias dificultades para adaptarse a los estrictos horarios, a la meditación obligada, al silencio debido pasado el atardecer y a la prohibición de fumar, sumado a que la campana para los horarios le recordaba la sirena del trabajo. Finalmente la comunidad dejó ir a la pareja a formar una comunidad a Argentina pero fuera Del Arca. Antes del retorno viajaron a España donde se reunieron con Susana y Juan, juntos sentaron las bases de la Fundación de Huayra Huasi. España también fue el lugar donde Raúl tuvo el primer encuentro con los anarquistas “comprendí instantáneamente que era la respuesta filosófica que había estado buscando a tientas durante tantos años”. Era 1973.
Pasaron más de cuarenta años, ya no está Susana, ni Juan, ni Graciela. Cuatro décadas de esfuerzos puestos en formar una comunidad (inclusive de artistas en una de sus mutaciones) donde Raúl puso su sueldo de herrero en común y se hizo cargo de las cuentas corrientes abultadas con alimentos, vinos y cigarrillos de desertores, años de esfuerzos por no atraer personas que usaran la comunidad para ahorrarse un hotel. Pasaron los años y ésta tarde Raúl entra a su cuarto gracias a los favores acrobáticos de un huésped transitorio que recuperó el duplicado de la llave dentro del cuarto. Saca un bolso de mandados plástico y ofrece en la cocina a sus nuevos inquilinos, a la voz de vendedor de autobús, sus libros. Cinco producciones independientes ahora impresas en su propia imprenta con papel reciclado y cocidas a mano.
Transcurridas pocas horas la oscuridad reinaba en el castillo, desde 1994 no hay electricidad en la casa, un intempestivo corte de luz durante un viaje de Raúl para promocionar El francotirador, su primer libro, dejó la casa a la suerte y capricho del astro sol. Javier y María, los residentes con mayor tiempo, tienen habitaciones privados, el resto se acurruca en el piso de la sala. En la penumbra de las velas busqué un trozo de suelo húmedo. El territorio ya estaba delimitado: dos pares de mochilas dispuestas en diagonal y un colchón con frazadas señalaban una porción considerable de suelo. Tuve la esperanza de que al llegar sus dueños las movieran y pudiera acomodarme mejor, por lo que deposité una ilusión en la espera. Me senté en la pared donde colgaba un mapamundi y el poster del Che Guevara, en frente mío tenía un dibujo de Raúl con casco y lanza de caballero medieval superando el tamaño humano junto a una frase en latín que rescató de un cuento de Poe; completaba la escena de la sala el gato tuerto de Prchal merodeando los rincones.
La llegada de los demás no mejoró mi situación. El muchacho de Bs. As. y la chica de Ludueña, Rosario tenían una suerte de placo sobre un amplio escalón de adobe del que no prestaron espacio; la otra pareja de Bs. As. sí me cedió algunos centímetros en la curva al costado del palco que compartíamos. Es una casa anarquista, no hay disposiciones para dividir la sala, algunos hacen valer un autoatribuido derecho transitorio de propiedad a espaldas del dueño real que siempre que puede evita intervenir con órdenes. Un acuerdo tácito de “momento de dormir” se llevó adelante apaciblemente hasta la media noche. El último aspirante al suelo, un uruguayo, hizo su entrada en un destartalado estado de ebriedad, a él le pertenecía el colchón con frazada, gran fortuna. Pero topó con un inconveniente, su mochila no estaba, un lapsus amnesia etílica escondió de su conciencia el recuerdo de que estaba guardada bajo su consentimiento en un cuarto con llave, y algún consejero pillo dentro su cabeza le sugirió la idea de que entre los presente, en horizontal sueño, se encontraba un ladrón. A pie de guerra encestó insultos a todos:
– ¿Conchatumadre! ¡¿Dónde está mi mochila?! ¡¿Quién tieeeene mi mochila?!
– Nadie tiene tu mochila.
– ¡¿Dóoooonde está mi mochila?!
– shhhhh
– Nooooo. ¡Hijos de putaaaaa! ¡¿Dónde está mi mochila?!
Arrastrando las sandalias se levantó Raúl, lleva la costumbre de madrugar puntualmente a las seis de la mañana, el griterío le arruinó el humor, para el colmo dejaron entrar a un par de perros. En la sala pega un par de gritos que reducen al ebrio. Éste se acuesta lanzando unas cuantas flatulencias mezcladas con quejas en voz baja, pero al poco rato el consejero pillo de su cabeza insiste y el muchacho vuelve a la gresca. Los durmientes conjeturan por lo bajo partir a dormir a otros huecos de la ciudad: el cajero automático de la plaza principal o la terminal de colectivo. La noche será larga.