Teníamos el dato de “la casa de Bartolomé”, un hospedaje barato como el camping pero con techo y colchón: $35 por persona. Cuando llegamos a Tilcara preguntamos en la plaza principal Manuel Belgrano (era la otra pista que nos habían dado para llegar), ninguno de los puesteros que la rodean tenía idea; recién después de un rato de charla un muchacho de Buenos Aires que trabaja en plata nos indicó que alojaban gente subiendo por la calle Rivadavia. “A la derecha al fondo, donde termina la empinada”. Una casa de un piso con un patio central, cocina y mesada bajo techo y un baño compartido con los dueños. Es la casa de Bartolomé y Nati, sus tres hijos, nuera y dos nietas infantes. Nati es una mujer madura de flequillo rollinga despeinado y colorado, contrasta una expresión ruda con voz amable. La conocimos a la noche cuando regresó del trabajo, cultiva zanahorias y hortalizas en el campo que un hombre compró después de haber ido a trabajar al sur. Bartolomé es un bostero orgulloso, siempre lleva encima una sonrisa y alguna ropa auriazul, está desempleado pero tiene un plan: ir al sur a trabajar de albañil para jubilarse y volver a Tilcara. Lo veo anciano, pienso difícil el asunto, a duras penas puedo visualizarlo haciendo la mezcla.
Antes de salir de viaje en mi cabeza noroeste argentino, afamado por su tipicidad, costumbrismo y sabor indígena, era sinónimo de estancia agreste. Error y medio. Lo agreste se reduce cada vez más a unas cuantas cuadras de exhibición turística o, al fin y al cabo, a los costados, esos márgenes del centro de atención y ubicación geográfica donde se aun desarrollan las viejas costumbres. El capital trepa por todos los resquicios volviendo comercio el circo que quieras ver, incluso, tu hospedaje.
Para dormir hay opciones. El camping: puede costar desde $8 argentinos (0,80 de dólar), fue el más económico en Salta ciudad, o $60 (6 dólares) aún en temporada baja en El Cadillal (Tucumán), tiene faltante de agua caliente y luz pero viene con un casero pelado corte película de terror que tiene la delicadeza de escupirte el humo de su cigarrillo en la cara mientras le comprás una cerveza. Otra sugerencia de la casa son los hosteles. Podés elegir habitación privada o compartida con 3 o 6 huéspedes desconocidos más, con o sin baño privado y cuestan mínimo $60 ($6 dólares), $130 (13 dólares) me ofrecieron que pague una vez en Cafayate por una cama en habitación compartida ¡sólo para pasar la noche! y siguen subiendo. En Argentina mantienen un tiempo su precio, en Bolivia pueden cambiar a los 30min. con la llegada de mochileros, como me pasó en la Isla del Sol por una pieza estrecha y dos camas con arena a 10 mt del Lago Titicaca, y en Ecuador los hay con doble tarifa según la temporada. ¿Cocina? Algunos.
En Tilcara probé por vez primera un hospedarme en una casa. Sabe a condimento familia: encuentros a cara dormida y cepillos de dientes en mano, escuchas de risas y de discusiones, intercambio de anécdotas, ofrendas de mercancías. En lo de Bartolomé la mayoría de las escenas, como en el Chavo del 8, transcurren en el patio central. Por la mañana Naty sale tan temprano que no alcanzo a oírla; Bartolomé sintoniza, desde su cocina, la radio en una frecuencia local que dos por tres saca al aire un mensaje católico, después sale sin anunciar destino y por las tardes lo he cruzado caminando en busca de Naty al trabajo: 7 km de montañas de ida y 7 más de vuelta. Los días se alterna entre el más alto silencio de las montañas, la nieta grande peleando con la pequeña o el reggae que escucha el único hijo varón cuando se baña o prepara pulseras de macramé.
En ese patio me enteré que el PuKará tiene entrada gratuita los lunes; vi y me enteré que hay a montones en las montañas de las piedras con plantas fósiles del milenio en que Tilcara era mar (que me mostraron en una excursión a las cuevas de Wayra como únicas) y escuché historias sobre un escritor independiente y sobre vendedores de panes caseros con pelucas de colores.